Nunca podremos entender completamente por qué Dios hace o permite las cosas que hace o permite. Si entendiéramos a Dios 100% del tiempo, él no seria Dios y, lo que es más, no tendríamos necesidad de la confianza. Nos vendría bien tener en mente que:
" La sabiduría del hombre únicamente puede producir obras a la medida humana; sólo la Sabiduría divina puede llevar a cabo cosas divinas, y a esa grandeza divina nos tiene destinados."
Nuestra respuesta al problema del mal debe ser confianza en el Amor y la Sabiduría de Dios.
Pero la confianza no nos viene naturalmente. Debemos deliberada e intencionalmente crecer en confianza.
¿Cómo?
Mediante la contemplación de Jesús. El dio su vida por nosotros. El sacrificio supremo del que ama. Si contemplamos con frecuencia el sacrificio de Jesús nos daríamos cuenta que,
"¿Qué se puede temer de un Dios que nos manifiesta su amor de un modo tan evidente? ¿Cómo no ha de estar por nosotros, plena y absolutamente a favor nuestro, cómo no ha de hacer todo por nosotros ese Dios amigo de los hombres que 'ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por nosotros?' Y ' si Dios esta por nosotros, ¿quién contra nosotros?' Si Dios está con nosotros, ¿qué mal podrá acaecernos?"
Para crecer en confianza es necesario pasar tiempo en oración contemplativa. Porque el temor-el formidable enemigo de la confianza- no se combate con ideas sino con experiencias. "La certeza que infunde en nosotros el hábito de la oración es más fuerte que la que se desprende de los razonamientos, aunque sean de la más alta teología."
El padre Philippe continúa:
"Creo que ahí radica la verdadera respuesta al misterio del mal y del dolor, una respuesta no filosófica, sino existencial: ejercitándome en el abandono, adquiero la experiencia concreta de que, efectivamente, 'eso funciona', que Dios hace que todo coopere a mi bien, incluso el mal, incluso el dolor e incluso mis propios pecados. A fin de cuentas, cuando llegan ciertas situaciones que temía, después del primer impacto doloroso me parecen soportables y beneficiosas. Lo que consideraba en contra mía se revela como hecho a mi favor. Entonces me digo: lo que Dios, en su infinita Misericordia, hace por mi, tiene que hacerlo igualmente por los demás, y también por el mundo entero, de un modo misterioso y oculto."
Para crecer en confianza tenemos que crecer en abandono.
Abandono es poner TODO en las manos de Dios. Abandono es desprendimiento. Para que el abandono nos traiga paz interior debe ser total, sin excepción, porque la existencia humana no está "dividida en secciones". Aquellas partes de nuestras vidas a la que nos apegamos siempre terminarán trayéndonos inquietud y desasosiego.
Tendemos al apego, a aferrarnos a una gran variedad de cosas. Y en consecuencia nos olvidamos de lo que dijo Jesús: "el que pierda su vida por mi, la encontrará". En otras palabras:
nos olvidamos de creerle a Dios. Y en este proceso de apego hacemos "un cálculo muy equivocado" porque acabamos con una carga enorme de preocupaciones y ansiedades innecesarias.
¿Y por qué tenemos la tendencia al apego y no al abandono?
porque "el demonio nos hace imaginar que, si se lo entregamos todo, Dios, efectivamente, nos tomará todo y 'arrasará' nuestra vida.¡Eso provoca un temor que nos paraliza por completo! Pero no hay que caer en la trampa. Al contrario, el Señor nos pide únicamente una actitud de desprendimiento en el corazón, una disposición a darlo todo, pero no necesariamente todo, 'todo': nos deja la posesión sosegada de muchas cosas, siempre que puedan servir a sus designios y no sean malas en sí mismas.Sabe también tranquilizarnos ante los escrúpulos que eventualmente podríamos sentir por disfrutar de ciertos bienes o de determinadas satisfacciones humanas, un escrúpulo frecuente entre los que aman al Señor y quieren hacer su voluntad. Hemos de creer firmemente que, si Dios nos pide un desprendimiento efectivo de determinada realidad, nos lo hará comprender claramente en el instante previsto; y ese desprendimiento, incluso si es doloroso en el momento, irá seguido de una profunda paz."
Dios no arrebata. Pide. Y nos hace saber lo que pide y cuando lo pide.
El abandono es gracia. Es un fruto del Espíritu. Y no se nos negará si lo pedimos en fe y con fe.
Para crecer en abandono el p. Philippe sugiere meditar el salmo 23, el Señor es mi pastor nada me falta. Esto nos ayuda a saber a ciencia cierta que nada me falta en este momento y nada me faltará en el futuro. Muchas veces
"... vivimos en el medio de una ilusión: queremos que cambie lo que nos rodea, que cambien las circunstancias, y tenemos la impresión de que, entonces, todo iría mejor. Pero eso suele ser un error: no son las circunstancias exteriores las que han de cambiar: en primer lugar ha de cambiar nuestro corazón, purificándose de su encierro, de su tristeza, de su falta de esperanza: 'bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios' (Mt 5, 8). Bienaventurados los que tienen el corazón purificado por la fe y la esperanza, que dirigen hacia su vida una mirada iluminada por la certeza de que, a pesar de las apariencias desfavorables, Dios está presente, atiende a sus necesidades esenciales y que, por lo tanto, nada les falta. Entonces, si tienen esa fe, verán a Dios, que les acompaña y les guía: comprenderán que todas aquellas circunstancias que les parecían negativas y perjudiciales para su vida espiritual, en la pedagogía de Dios son, de hecho, medios generosos para hacerles avanzar y crecer."
Santa Teresa de Lisieux dice que nos falta "la convicción de que el amor de Dios saca provecho de todo, del bien y del mal que se encuentra en mí."
Nos olvidamos de creerle a Dios.
A veces el sufrimiento no es nuestro, sino de alguien a quien queremos. Sufrir con los que sufre es compasión y la compasión es un fruto del espíritu , ¿cierto? Cierto. Siempre y cuando sea una compasión que es "dulce, pacífica y reconfortante. Pero nuestra "compasión" es muchas veces "inquieta y confusa". Es, según el p. Philippe, falsa compasión
" No soportamos el sufrimiento ajeno porque tememos sufrir nosotros... Es normal que nos sintamos profundamente afectados por el sufrimiento de un ser querido, pero si por este motivo nos atormentamos hasta el punto de perder la paz, significará que nuestro amor por esa persona no es plenamente espiritual, no es todavía un amor según Dios. Aún es un amor demasiado humano y sin duda egoísta, insuficientemente basado en una inquebrantable confianza en Dios...[ La compasión verdadera es una virtud cristiana que] procede del amor (que consiste en desear el bien de la persona a la luz de Dios y de acuerdo con los planes divinos) y no del temor (miedo al dolor, miedo a perder algo). De hecho, con frecuencia nuestra actitud ante los que sufren en nuestro entorno está más condicionada por el temor que fundada en el amor."
Tengamos en cuenta que:
"Dios ama a nuestros prójimos infinitamente más e infinitamente mejor que nosotros. Desea que creamos en ese amor y que sepamos también abandonar en sus manos a los que amamos. Y, con frecuencia, nuestra ayuda será más eficaz... Nuestros hermanos y hermanas que sufren necesitan a su alrededor personas tranquilas, confiadas y alegres, que las ayudarán con mayor eficacia que las angustiadas y preocupadas."
Esto no quiere decir que no debemos hacer nada por aliviar el sufrimiento de otros pero subyacente a todo lo que hagamos debe estar una actitud de total abandono y confianza.
Para hacerle frente cara a cara al sufrimiento nos será de gran ayuda, de acuerdo al p, Philippe, "tomar en serio el misterio de la Encarnación y el de la Cruz; Jesús tomó nuestra carne, tomó realmente sobre sí nuestros sufrimientos, y de este modo está en todo el que sufre."
Meditar en esto nos lleva a saber que si Jesus está en todo el que sufre no hay por que desesperarse.
"En todo dolor hay un germen de vida y de resurrección.'