El p. Philippe enuncia un principio general que se aplica tanto para la vida espiritual como para la cotidiana:
"... debemos velar no por desear únicamente cosas buenas en sí mismas, sino también, por quererlas de un modo bueno. Estar atentos no sólo a lo que queremos, sino también a la manera en que lo queremos. En efecto: frecuentemente pecamos así: deseamos una cosa que es buena, incluso muy buena, pero la deseamos de un modo que es malo."Esto lo vemos mucho en nuestras familias: deseamos ciertas cosas buenas para nuestros hijos y maridos pero cuando las cosas no van como creemos, nos disgustamos, nos impacientamos, etc. En otras palabras perdemos la paz. De hecho "¡Cuanto más buena nos parece una cosa, más nos inquietamos y nos preocupamos por obtenerla!"
"Nuestro querer debe seguir siendo sereno, pacífico, paciente, desprendido, abandonado en Dios. No debe ser un querer impaciente, demasiado precipitado, inquieto, irritable, etc. [Es decir] deseamos cosas buenas en conformidad a la voluntad de Dios, pero todavía las queremos de un modo que no 'el modo de Dios', es decir, el del Espíritu Santo, que es dulce, pacífico y paciente, sino a la manera humana: tenso, precipitado, y defraudado si no logra inmediatamente aquello hacia lo que se tiende... Si deseamos al modo humano... el alma se conturba, se inquieta, pierde la paz, y obstaculiza las actuaciones de Dios en ella y en el prójimo."Esta va no sólo para las cosas buenas que deseamos para los demás sino también para las cosas buenas que deseamos para nosotros mismos. San Francisco de Sales decía que
" nada retrasa tanto el progreso en una virtud como el desear adquirirla con demasiado apresuramiento."Como querer crecer en paciencia. Ahora mismo.
En resumen: un deseo que hace perder la paz, por bueno que sea lo que deseamos en si mismo, no es de Dios. La misma actitud de abandono ante el sufrimiento se aplica aquí. Dios es quien hace crecer y quien convierte, no nuestra agitación,nuestra precipitación o nuestra inquietud.
Siempre tenemos opiniones de lo que deben hacer o como deben ser aquellos que nos rodean. Estamos seguros de lo que deben hacer para resolver sus problemas, para cambiar, para mejorar. Pero nos olvidamos que la única persona que podemos cambiar es nosotros mismos. Nuestra esfera de control es muy reducida, con un solo miembro: Yo.
Lo que dice el p. Philippe me recuerda algo que he estado leyendo últimamente: Choice Theory o teoría de la elección. Las únicas cosas que puedo controlar son las que tienen que ver con mis palabras, mis acciones, mis ideas. etc. Las acciones, conductas, pensamientos de otros están fuera de mi control. Si, aún las de mi esposo e hijos.
El Señor nos pide que soportemos con paciencia los defectos del prójimo. Este debe ser nuestro razonamiento:
"... si el Señor no ha transformado todavía a esa persona, no ha eliminado de ella tal o cual imperfección, ¡es que la soporta tal como es! Espera con paciencia el momento oportuno, y yo debo actuar como El. Tengo que rezar y esperar pacientemente. ¿Por qué ser más exigente y más precipitado que Dios?... Esta paciencia ... opera en nosotros una purificación indispensable. Aunque creemos desear el bien de los otros o nuestro propio bien, ese deseo suele estar mezclado con una búsqueda de nosotros mismos, de nuestra propia voluntad, del apego a nuestros criterios personales... que queremos imponer a los demás, y a veces, incluso a Dios. Debemos liberarnos a toda costa de esa estrechez de corazón y de juicio, a fin de que no se realice el bien que imaginamos, sino el que corresponde a los designios divinos, infinitamente más amplios y más hermosos."Dejar que Dios cambie, libere, sane en la manera que El quiera cambiar, sanar y liberar. Es decir dejar ir nuestra estrechez de corazón y pensamiento y darle la bienvenida a la generosidad y abundancia de Dios.
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